El actual Estado español, se entiende, el Reino de España, no es el enemigo de Cataluña: es el mayor enemigo de España, de los españoles.
A quienes desde todos los rincones de España aspiran a algo más que esperar que el edificio constitucional se caiga solo por lo podrido de sus cimientos (es decir, se vuelva a morir en la cama), no deben mirar el proceso catalán como algo en modo alguno ajeno.
Lo que logremos los catalanes tiene mucho que ver, pero no por el manido argumento del nacionalismo español «lo que pase con Cataluña debemos decidirlo entre-todos-los-españoles», sino porque la rebelión catalana es una oportunidad para todos. También en Madrid, Huelva o Lugo.
El movimiento independentista es lo mejor que le ha pasado a España en los últimos años.
El momento destituyente que ya vive Catalunya es hoy la mejor oportunidad que los destituyentes del resto del Estado tienen para llegar a poner en pie un proceso constituyente aquí también.
No es la mejor oportunidad: es la única a corto plazo. Y si no, qué otro movimiento político o social tiene hoy fuerza para emplazar en serio al regimen del 78 y ponerlo en apuros.
No se trata de ir a remolque de Cataluña, sino de aprovechar que se abre una ventana de oportunidad; una enorme, de par en par, como solo se abre una vez cada siglo.
Sin la rebelión, los márgenes entre lo posible y lo imposible siguen donde solían, encerrados en el estrecho marco del régimen del 78, las castas y la corrupción.