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Un intelectual perdido en la política es la mejor definición que de sí mismo hizoManuel Azaña, presidente de la Segunda República. Es también la declaración de la que se apropia el exministro de Cultura, poeta, escritor, periodista y gestor cultural César Antonio Molina, para situarse en el circo de los gobernantes, al que se entregó tras la invitación de José Luis Rodríguez Zapatero durante un año y medio, hasta que el expresidente lo fulminó por Ángeles González-Sinde.
El capítulo dedicado a Azaña es uno de los importantes. “Era una respuesta”. ¿A quién? “A quien tú sabes”, contesta misterioso. El innombrable, aunque ya cuelgue de una línea del párrafo anterior. Molina acaba de publicar un volumen sobre las difíciles relaciones entre cultura y poder, que lleva escribiendo desde antes de su alunizaje en el Congreso de los Diputados, allá por 2007: La caza de los intelectuales (Destino). Más de treinta intensas reflexiones sobre el estado de la cultura en nuestros días, partiendo del pasado.
La política busca el poder y los intelectuales son un contrapoder. Al intelectual se le destruye incorporándolo a una ideología y retirándole la independencia
“Él llegó a la política totalmente formado, con su carácter hecho y, sin duda, debido a ese carácter es por donde más se apartó de lo corriente en ese mundillo”, escribe sobre Azaña, mientras establece un evidente reflejo con su propia persona. Y también: “Él siempre se mantuvo conforme a su conciencia y nunca perdió la libertad interior. El ejercicio de su inteligencia crítica lo puso
a salvo de las mezquindades y ruindades, que fueron muchas, crueles e ingeniosas”.
Molina destaca al autor de
La velada de Benicarló porque simboliza, dice, “la verdad y la lealtad”
para con sus ciudadanos, que es como le gustaría que pasara su breve e intensa obra política a la posteridad. Azaña insistía en que ya era hora de que nuestro país dejara de ser un pueblo ignorante y aborregado. La respuesta de Molina a “quien ya saben” está cargada de retranca y reproche, un sopapo intelectual con exceso de corazón que no se priva de ajustar cuentas con la política.
Rodríguez Zapatero junto a Molina. (Efe)
De hecho, en
El odio a la cultura, desvela cómo los políticos a los que escribía discursos
guillotinaban las referencias culturales: “No íbamos a dar conferencias, se argüía; además, no era conveniente manifestar un mayor conocimiento que los presentes. La democracia consistía en dar la sensación de que aquellas palabras podían haber sido pronunciadas por ellos mismos”,
cuenta. Arremete contra el talante ralo, deshilachado, deshilvanado de los discursos que tuvo que escuchar en el Congreso y en el Senado. Ninguna referencia que “pudiera
perturbar la siesta intelectual de sus señorías”.
Pero, entonces, ¿qué es un intelectual y qué pinta en medio del sarao político? “Un intelectual es una persona con una formación que le ha procurado
un prestigio social y que puede emitir una opinión pública, sin nada a cambio. Y un político es una persona que
defiende sus ideas partidistas de manera libre, cuyo fin es que se pongan en práctica”.
Uno pertenece a un Gobierno, pero yo representaba esas ideas, no a su presidente
Para César Antonio Molina, que
ahora dirige la nave de
Casa del Lector, en Matadero (Madrid), la función del intelectual es la de orientar, guiar e iluminar a sus conciudadanos. Por eso necesita a la prensa, para incidir en la opinión pública. Tolerancia, libertad de expresión, de opinión, de conciencia, “esa es la lucha”. “
La política busca el poder y los intelectuales son un contrapoder. Al intelectual se le destruye incorporándolo a una ideología y retirándole la independencia”, añade.
¿Eso quiere decir que César Antonio Molina perdió su independencia al aceptar el cargo de ministro de Cultura? “Nunca perdí mi independencia, porque nadie se entrometió en nada de mi mandado. Hice lo que tenía que
hacer”.
PREGUNTA: Pero representó a un partido.RESPUESTA
: Representaba a muchos de los que hablo aquí [toca el ambicioso libro de casi 500 páginas, por el que pasan
Spinoza,
Cicerón,
Montaigne,
Jovellanos,
Bacon,
Pasternak… ni una referencia a
Belén Esteban]. Representaba a los ilustrados,
también a gente perseguida como santa Teresa, representaba a Larra, a la Institución Libre de Enseñanza, a todas las acciones culturales y educativas de la Segunda República. Creo que eso es lo que representaba el PSOE, y creo que eso represento.
P.: También a José Luis Rodríguez Zapatero, que fue quien le llamó.R.:
Hasta ese punto no. Uno pertenece a un Gobierno, pero
yo representaba esas ideas, no a su presidente. Son ideas de mi familia, por las que luchó y murió en el exilio. Son ideas de tolerancia, convivencia, educación, progreso, cultura… Ese era el plan que había que hacer y que representaba el PSOE.
P.: ¿Por qué se frustró ese plan?Semprún decía que la política con la cultura es puro utilitarismo. De alguna manera, a él le pasó lo mismo que a mí
R.: Se frustró porque ya lo dijo
Jorge Semprún, en
Federico Sánchez se despide de ustedes, que la política con la cultura
es puro utilitarismo. Esas ideas que acabo de expresar o
no se conocían, que es una desgracia de
este país, o había otros intereses que pensaban que eran más prioritarios.
P.: Ha pintado la cultura en la política como un disfraz.R.: Así lo dice Semprún, persona a la que yo le concedí la Medalla de las Bellas Artes, que nadie se la había dado. Y persona a la que siempre he tenido una gran admiración. De alguna manera,
le pasó lo mismo que a mí.
P.: Cuando el plan se frustra, el disfraz cambia y de la intelectualidad se pasa al star-system del cine, ¿cómo define ese movimiento?R.: Mira en el capítulo titulado "Mohicanos y bárbaros en el gueto".
González-Sinde y De la Iglesia. (Efe)
Buscamos la cita y encontramos que,
para el autor,
la cultura fue invadida por la incultura. La cosa se tensa. Transcribimos el guiño, cargado de referencia política y cinematográfica, cuando divide la cultura en dos: “La cultura de la ceja levantada y la cultura de la ceja alicaída”,
esta última es definida como la incultura disfrazada bajo el sello de cultura popular. El exministro añade a este periodista:
“Yo era de la ceja alta y se pasó a la ceja baja”.
La cultura tenía un prestigio, una jerarquía y un valor que en las últimas décadas se ha subvertido
Pone por escrito que
antes –se supone por esa división temporal que él mismo ha hecho– de su desaparición como ministro, la cultura tenía un prestigio, una jerarquía y “un valor que en las últimas décadas se ha subvertido”. Se ha perdido el “prestigio y crédito
reconocidos a una persona o institución por su legitimidad, calidad y competencia en alguna materia”. Más alto se
puede decir. Para Molina, vamos camino de una
desertización cultural. No hay quien le gane a apocalíptico.
Con
este libro ha querido dejar constancia de que conoce este mundo, es decir, que no vive allá arriba en una torre de marfil. Es más, en su colección de despachos y cargos, este está por debajo del suelo. “El submarino”, lo llama. En esa tensión sobrevive. Por un lado, se ha alimentado de las mieles de la miseria política; por otro, vive de la lírica…
Molina pasa la cartera a Sinde. (Efe)
“César Antonio Molina
hubiera querido ser muchas cosas y
como no las ha podido ser, es
un poeta. ¿Qué es un poeta? El que quiere ser muchas cosas y sólo puede ser un poeta. Siendo poeta ya lo he sido todo. Me habría gustado ser arqueólogo y he preferido excavar en las palabras. Cumplí con mi deber y creo que lo he hecho
bien, y no soy más presumido de lo normal”.
Pero, como intelectual, ¿habría influido más desde el Ministerio de Cultura o desde la dirección de un periódico de izquierda de tirada nacional? “Siempre digo que todos los
años que pasé
en el periodismo es la época que más poder tuve. Los medios de comunicación son los que más influyen, mucho más que un cargo político”. Aprovecha el maestro para restar poder al poder y dárselo a la acción “a
favor de tu país y de tu cultura”. “Representar a 500 millones de personas que hablan tu lengua es un honor gigantesco.
Y no lo hice mal”.
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